El cerebro cuenta con cientos de
recovecos de diferentes formas, unos pequeñitos y otros que parecieran como el
cañón del sumidero, en donde en algún tiempo pasaba un río de ideas y fluían de
manera interminable pensamientos y otras cosas.
Al paso del tiempo esos canales, huecos
y surcos se van llenando de una que otra porquería que va dejando a su paso
sarro cerebral y secuelas de una gingivitis neuronal. Así como lo oyes, al
igual que en los dientes, en donde se va atorando de vez en cuando pequeñas
partes de comida, en el cerebro sucede similar.
Sin dudarlo puedo asegurar que se nos
atoran pensamientos e ideas que, si bien pasaron por algún lugar de nuestra
cabeza, estos no siempre pasaron como líquidos directamente, dejaron sus
pedazos y residuos que en ocasiones ni los sentimos sino hasta que ya nos causa
un síntoma de malestar innecesario. Aquí es cuando recurrimos a una herramienta
tan simple como un palillo o hilo dental para desatorar y permitir que otro
pedazo de lo que sea, ocupe o no ese lugar.
Es por eso por lo que el uso frecuente
de un "hilo mental" mantiene sano mi cerebro. La comunicación expresada en
jeroglíficos conocida como escritura es para mí entonces un milagroso hilo mental, el cual me permite sacarme esos trozos de roña y mugre que se juntan en
esos espacios, y que requieren por demás limpieza, antes de que llegue a ocurrir un deterioro fatal en mi mente.
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